Sofía vive en un poblado de Nigeria con su madre enferma y su hermana pequeña. Trabaja en una tienda donde gana lo justo para poder sobrevivir. Un día conoce a una persona que le ofrece venir a España a trabajar y ganar dinero para poder tener una vida mejor. Después de pensarlo mucho por lo que supondría separarse de su familia, toma la decisión de venir.
Aún recuerda el día que salió de su país. El cielo estaba gris. Llegó antes de lo previsto al lugar acordado. Su cabeza no dejaba de dar vueltas pensando en el largo viaje que le esperaba y todo lo que dejaba atrás. Al llegar se dio cuenta de que no era la única, que había muchas más chicas bastante jóvenes.
Estaban con sus maletas cargadas de ilusiones esperando para partir, y ahí fue cuando empezó un largo viaje que marcaría su vida para siempre.
Fueron días interminables por el desierto, malos tratos, días sin comer, insultos, vejaciones, rituales de vudú. Días en los que pensó que su vida corría constante peligro. Trataba de no hablar para que no le hicieran daño y fue testigo invisible de constantes vejaciones a chicas que intentaban huir.
Tras un largo viaje llegan a España, a una ciudad de costa. Ahí le trasladan a un piso donde la recibe una señora que, tras muchos días de camino, es la primera sonrisa y gesto amable que recibe. La acomoda en una habitación, le da de comer, le da ropa, y es la primera vez que en muchos días puede sentir el agua en su cuerpo.
Esa noche durmió más de 10 horas seguidas, pero cuando despertó se dio cuenta de la realidad a la que se enfrentaba.
Ahí empezaron días interminables de estar encerrada en un cuarto recibiendo hombres durante todo el día, debía estar lista a cualquier hora para satisfacer sus caprichos y debía hacerlo porque aquella mujer de sonrisa amable se había convertido en su verdugo. Le amenazaba con matar a su familia. Así que no le quedó más remedio que trabajar para poder pagar una deuda que hasta ese momento no sabía que tenía y, así, poder ganarse su libertad.
Pasaron meses hasta que fue ganando la confianza de sus captores, y así le iban permitiendo hacer pequeñas cosas para ir planeando su fuga. Pasaba los días pensando cómo lo haría. Entonces, un cliente que llevaba varios meses visitándola y que nunca le había pedido mantener relaciones, pero sí compañía, le ofreció ayuda para poder salir de ahí.
Esa noche no durmió, solo esperaba que amaneciese para poder iniciar su fuga. Pidió permiso para poder salir a comprar una medicina a la farmacia y allí en la esquina estaba él esperándola con dos billetes. Se montó en un autobús sin saber adónde iría, pero con la certeza de que había podido escapar. Tras muchas horas de carretera llegó a una ciudad donde por primera vez pudo caminar libre por la calle sin sentir miedo. Él le explicó que debía salir de España y pedir ayuda en otro país. Y así fue como inicia la segunda etapa de esta historia.